Para aprender se necesita recompensar.
Siempre, pero en los niños también. Con los matices necesarios pues tanto se
puede hacer bien como mal. Una recompensa para aumentar el aprendizaje debe ser
casi constante, leve y nunca potente, adaptando los retos a la capacidad de
cada niño. Todas las comparaciones son odiosas y entre niños puede crear
enfermedades.
Nunca debemos exigir al niño un ritmo de
aprendizaje más alto del posible según sus capacidades. Pero también hay que
tener en cuanta que debemos recompensar los avances logrados sin dinero, sin
objetos, pero sí con premios.
No estamos acostumbrados a premiar con
algo que no sea dinero u objetos, creemos que no hay más elementos de premio.
Pero hay muchas opciones más. Compartir tiempo con ellos es una muy importante,
alabar su esfuerzo es otra, darles seguridad también, llevarlos a donde ellos
quieren pues les gusta, enseñar a los familiares lo que han logrado, una
palmadita en la espalda y que sepa que nos hemos enterado todos de su avance.
Es mucho más eficaz premiar que castigar. Es mucho
más eficaz apoyar positivamente que reprender negativamente. Aunque para los
padres sea más sencillo lo segundo. Y nunca pidas a tu hijo aquello que ellos
no pueden conseguir. Creará frustración.
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