La “coasociación” es un planteamiento educativo que busca cambiar varias de las
formas reconocidas de interactuar los profesores con los alumnos, buscando
mejores resultados en un mundo que sin duda es muy distinto al que teníamos
hace cuarenta años.
Curiosamente gran parte de estos planteamientos
educativos que os comentaré a continuación, ya los empleaba con nosotros hace
47 años, un profesor que se llamaba Julio y estaba de director en la antigua
Universidad de Zaragoza, en la Plaza de la Magdalena, convertida en colegio
público de Primaria durante unos pocos años, y que representó para mi una experiencia
maravillosa.
Los alumnos debemos ser investigadores
constantes de lo que necesitamos aprender. Deben encontrar las respuestas,
descubrir los resultados, no ser meros objetivos de aprendizaje pasivo. Hay que
ser más creativo, capaces de juzgar a los compañeros en público, aprender a
evaluar, a defender en público las posturas de viva voz, a ser cada alumno el
gestor de su propia educación, quien maneja los tiempos pero sobre todo las
ganas de trabajar para uno pero también para pequeños equipos, grupos de
trabajo. Emplear además de libros y lápices, un montón de elementos y objetos
que también pueden servir para aprender. Desde visitas a tiendas de forma
individual para averiguar datos, desmontar pequeños aparatos, ver las tripas de
pequeños animales, etc.
Uno se puede preguntar qué edad teníamos
los alumnos que estábamos en manos de tamaño profesor revolucionario en el año
1966. Pues yo tenia 10 años. Y era una escuela pública de Zaragoza. Ya he dicho
todos los datos.
Los sábados por la mañana los dedicábamos
a practicar un juego televisivo que era entonces famoso: Cesta y Puntos. Toda
la mañana de clase obligatoria la dedicábamos a eso. Y las preguntas las teníamos
que organizar los alumnos.
El papel del profesor era el de orientas,
el de revisar, el que responder a todas las dudas fuera la hora que fuera, a
diseñar todas las actividades, y procurar que no hubiera alumnos que se
quedaran fuera, a que los equipos de personas funcionaran bien, a darnos clases
magistrales fuera de los libros, a plantarnos problemas con arreglo a la
temática de los libros pero con su particular manera de explicar. Y a
solicitarnos que el libro de texto (solo teníamos uno y no todos los alumnos) lo
leyéramos en casa.
Nunca más logré saber de D. Julio. Me
tuve que ir del colegio por traslado y siempre me quedó el sabor de su calidad humana.
El siguiente fue el desastre más absoluto, en el colegio público Tomás Alvira,
pero de ese no quiero decir su nombre.
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