Los que tenemos canas en la cabeza venimos del mundo
educativo como padres del castigo, admitiendo el castigo como herramienta válida. Siendo hijos y alumnos
tuvimos que sufrir la herramienta del golpe físico. Pero ahora como abuelos nos
vemos en la tesitura de dudar del lugar en donde estamos, pues no está claro el
límite del castigo y ni si sirve en realidad, aunque todos tenemos claro que debe ser leve. Pero incluso
hay tendencias a que este ya ni exista.
El castigo sirve para educar, pero
también a veces para mal educar, para aumentar los odios, las defensas, las reacciones.
Para medir las fuerzas de unos y otros.
Cuando hablamos de niños pequeños el
castigo está claro. Debe consistir en entender que eso no está bien y en
remediar el daño causado. Si ha tirado algo debe limpiarlo. Si ha roto algo
debe saber que cuesta dinero y que debe participar en su coste.
Incluso es
bueno tratar el asunto con él mismo, negociar y admitir que sea él quien tase
el tipo de castigo.
Pero a partir de ciertas edades el tema
se complica. El mayor castigo suele ser la negación de los adultos hacia las peticiones de los niños.
El NO no sabemos emplearlo bien los padres. El NO en todas sus vertientes y posibilidades, que son muchas.
Cambiar un juego electrónico por un libro es una posibilidad, como es que tenga
que ampliar sus trabajos de comunidad familiar. Cada niño es un mundo y las
generalidades no sirven de mucho.
Los castigos solo sirven si realmente
se entienden como una herramienta para señalar qué está mal. Si logran aprendizaje del niño, si se logra modificación de la conducta.
Un castigo por castigar es absurdo, es negativo siempre. Solo aquellos
castigos que siendo leves sirvan para que aprenda, se deben utilizar.
Pero
debemos reconocer que los castigos son una buena herramienta para aprender
relaciones humanas con la sociedad que rodea a los niños, para que sepan que
el mundo no gira sobre ellos, sino que todos giramos junto al mundo.
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